Mi mesa de trabajo

En mi viaje hacia otro destino, el penúltimo miércoles del caluroso Agosto, mientras deambulaba en un aeropuerto semi solitario en Barajas, Madrid, reflexionaba tratando de hacerme a la idea de semejante cambio.
Ya metida en el trabajo, en la ardua labor de los primero veinticinco días de servicio, jalonada por sendas agendas de trabajo con conversaciones, diálogos, acuerdos que buscan, no solo una lengua común, sino también, empezar a leer en la misma página, ahí, últimamente me descubro como ida, abstraída, por segundos desconectada del entorno.
Constantemente viene a mi mente una imagen. Veo la mesa de trabajo de mi habitación; la cual siempre solía estar llena de papeles y cosas, cuando necesitaba urgentemente hacer uso del escritorio, agarraba una bolsa y ponía dentro todo y luego, con más tiempo y más calma, iba sacando una, por una, cada cosa, para clasificarla y ponerla en lugar que le correspondía. De repente parece que he hecho un barrido similar en la mesa de trabajo de mi vida, pero la bolsa llena de cosas no sé dónde fue a parar; y no sé si pueda ponerme a clasificar cada cosa, cada idea, cada recuerdo, cada encuentro o desencuentro. No sé dónde se me quedó la bolsa de elementos vitales que estaban colocados en el escritorio de mi vida...
De pronto todo ha desaparecido: las amistadas de siempre, la simplicidad de poder hacer una llamada telefónica y escuchar palabras y acentos conocidos; la rutina del día a día, la rutina de los Sábados en “La Juan Gerardi”, la rutina de los jueves en casa de Juan y María amigos entrañables, los desayunos de domingo en casa, las visitas y el café de la tarde
Todo, todo dejo de ser lo que era... para ser recuerdo. No sé si podré vivir de estos recuerdos o con estos recuerdos...mientras tato seguiré reclamando presencia y cercanía, seguirá ávida de sentido.
Sí, porque en aquellos parajes mi vida y mi entorno han tenido sentido... 
Mientras tanto trato de llenar con nuevas situaciones la mesa de trabajo de mi vida.

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