Las calles de mi colonia

La pandemia alteró completamente nuestra vida, nuestros planes, nuestras agendas, la vida de la misión. En Guatemala los planes y proyectos se cayeron todos el 16 de marzo 2020. Desde entonces cada fin de semana se ha venido viviendo con la esperanza de finalizar el confinamiento y la cuarentena. El cierre del aeropuerto internacional de Guatemala en Marzo pasado, me dejó estacionada en Managua, en casa de mi madre.
La presencia física y la certeza de la muerte

Me auto confiné por cuestiones de salud. Sigo extrañando las presencias físicas, el inter-actuar con el otro y con la otra, las conversaciones llenas de gestos, llenas de un lenguaje no verbal tan elocuente. Quiero encontrar, más que conectar; quiero tocar y abrazar, más que clickar en el icono de reactions que nos da la plataforma digital.

En Nicaragua, la economía está por el suelo. Ya desde antes del inicio de la Pandemia del COVID19, desde Abril 2018 todo se quebró en Nicaragua, especialmente la dignidad de las personas. El atropello a los derechos humanos ha alcanzado cifras incalculables.

Al final del mes de abril 2020, en un discurso político, burlón y sarcástico, el presidente del país, irresponsablemente dijo que aquí no se podía decretar cuarentena ni confinamiento por la situación de pobreza. En su discurso emitió una serie de razones absurdas para avalar su decisión genocida de no llamar a cuarentena y confinamiento. Y ante este panorama desolador de los empobrecido que pasan por mi calle, yo casi estoy pensando que Ortega tenían razón, cómo confinar a los vendedores ambulantes, a todo el sector de la economía informal. ¡Claro! eso no le quita a Ortega, la culpa de irresponsable por haber expuesto a la población al contagio llamando a eventos de participación masiva, y sin ninguna protección durante este tiempo en que se debía resguardar a la población. Un atentado por haber negado los equipos de protección al personal de salud. Por haber "secuestrado" las pruebas de COVID19, aplicándola solamente a sus allegados y ahora vendiéndolas por 150 dólares para los que deben entrar o salir del país.

 A la fecha ya suman más de 100 los trabajadores de la salud muertos por COVID 19. Varios de mis colegas de promoción han muerto, pero la muerte que más me impactó fue la del Dr. Álvaro García, semanas antes había muerto Membran Hernández, ambos grandes seres humanos, excelentes profesionales. Casi todos los médicos que han muerto y que yo conocía se distinguieron por ese mismo calificativo. ¡Excelentes personas, grandes seres humanos!

Cuando Álvaro murió, entonces tuve la certeza de que nunca más volveré a verle, que el COVID19 se lo llevó, y ni siquiera pude ir a su funeral. Esa situación me generó una tristeza profunda. Ya sé que Dios es bueno, y Álvaro está en su presencia… pero… aquí, en esta tierra ya no volveré a ver a Álvaro, como tampoco veré a otros tantos que han muerto en esta pandemia.

La procesión de los NO-Confinados.

La otra situación que me golpea anímicamente, son las calles de mi colonia. Cada día contemplo los rostros de la gente que pasan frente a la puerta de la casa de mi madre. Recorren las calles de mi colonia, el que vende verdura, vende pan, vende tortillas, helados, queso y cuajada, la cajeta dulce, escobas y plásticos, la leche agria y tantos otros vendedores ambulantes. Desde hace 2 meses no han vuelto a pasar dos señores mayores y uno de mediana edad vendiendo verduras. No sabemos si murieron de covid19 o qué ha sido de ellos. Después están los que compran, los chatarreros, los que compran muebles viejos, tv malos etc.etc.

Un día compré papel higiénico, no solo porque el hombre lo vendía a precio económico sino, por su cara de angustia de no haber vendido nada, me conmovió. Lo mismo me pasó con una mujer que vendía hamacas, sí hamacas tejidas a mano; ya eran casi las once de la mañana, la mujer no había vendido nada, y tampoco había desayunado, por el valor de 9 dólares le compré una hamaca.



Mas que ver pasar, más que analizar la coyuntura económica o el escenario de pandemia, trato de agudizar mi visión para contemplar. Por las calles de mi colonia pasan los empobrecidos. Sus voces me abruman, me cuestionan, me reclaman.

Los espacios sagrados

Desde que estoy aquí me he unido con mi madre y mi hermana, para el rezo de Laudes y Vísperas, la eucaristía por TV. Esas cosas no han faltado. Pero no son igual. Supongo que para nadie es igual. Mi madre dice, me hace falta comulgar el cuerpo de Cristo. Pero hay otras formas de comunión.

La vida espiritual, devocional y las prácticas religiosas se han visto afectadas grandemente en esta pandemia. Pero ¡ojo! en la Semana Santa y más concretamente en el Triduo Pascual, para mí, quedó demostrado que, podemos vivir y celebrar nuestra fe sin el clero. Hemos vivido una Pascua diferente, en donde no estaba presente el celebrante oficial, Cada casa pasó a ser un espacio sagrado, de reflexión y de escucha

Hace unas semanas participe, ¡por supuesto!  Vía ZOOM, en un rito de iniciación para diferentes grupos de mujeres a lo largo de Latino América, cerca de 120 mujeres estuvimos esa tarde.

Recientemente estuve conectada en una celebración, a propósito de la fiesta de María Magdalena, con más de 400 participantes, cada uno desde diferentes partes geográficas. Un ritual muy bien organizado y distribuido.

Y yo me pregunto, ¿Cómo podemos crear nuevas formas, símbolos y espacios para celebrar nuestra fe? Mas allá de la misa radial o televisiva, las adoraciones grupales por Facebook lite etc. Nos toca ser creativas y hacer innovaciones sustanciales en nuestras celebraciones y ritos. Porque corremos el riesgo de habituarnos a una tecnificación digital que nos vacíe de sentido.

La realidad de este tiempo afecta en todo sentido, se impone y abruma. Contemplo los nuevos espacios sagrados, las calles de mi colonia. Sí, ahí acuden cada día los empobrecidos, esperando contra toda esperanza; ellos hacen su oración de laudes, con su pregón de ventas callejeras, cantan al día que amanece, se desplazan procesionalmente desafiando a la muerte, anunciando que un día más ha resucitado la vida. Las calles de mi colonia son como el costado abierto de Cristo donde puedo contemplar a los vulnerados, a los ninguneados de esta historia. ¿Qué debo hacer? Introducir mi mano en ese costado, y dejarme transformar por ellos




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