Ella, no ha dejado de besarme... (Texto del Evangelio Lc 7,36-50)


Más allá de las costumbres judías de acogida al huésped, el evangelista Lucas como los otros sinópticos, sin ningún escrúpulo moralista, nos presenta con algunos detalles esta escena erótica.
Una mujer, que desde su sensibilidad de mujer despliega sus conocimientos en el arte amoroso, y un hombre huésped, merecedor de atenciones del anfitrión. El texto de Lucas afirma que ella se enteró que Jesús estaba en la casa del Fariseo. Pero nos preguntamos, por qué entra o por qué la dejan entrar. Pudiese ser que esta mujer pecadora pública fuese parte del “menú del día”, como suele pasar en algunos restaurantes y hoteles de hoy.  
El evangelista Lucas desde el inicio nos advierte acerca de esta mujer y centra en ella nuestra atención. Una mujer pecadora pública, con frascos de perfume, por iniciativa propia atiende al huésped, quien, no solo disfruta estas atenciones, sino que luego hará un derroche de elogios a los detalles que la mujer ha querido prodigarle.
Esta Mujer esparce en el cuerpo del hombre un sinnúmero de tenues caricias que excitan las terminales nerviosas sobre la piel del huésped y también la lasciva y envidiosa mirada del anfitrión, un fariseo. Las lágrimas evidencian los sentimientos a flor de piel, estos sentimientos son percibidos por el huésped “ha mojado mis pies”. El cabello suelto al viento para rozar y secar los pies del andariego.  Los besos por montón. Sí, besar  los pies, el inicio del juego erótico en esas culturas del medio oriente parece ser sumamente excitante como preámbulo al encuentro íntimo. Ella besa excesivamente  desde que entré, no cesó de besar mis pies”.  
El acto de tocar y besar implica una situación de intimidad y contacto que despierta los sentidos. En muchas culturas menos expresivas de lo sensual, las personas sólo se besan si son de la misma familia, amigos muy cercanos o tiene una relación de intimidad. Y aún más, esta mujer besa los pies, y los besa muchas veces; no para de besar, se excede en detalles apasionados para demostrar cuan bienvenida es la presencia de nuestro huésped.
De repente Lucas gira las luces del escenario y  nos descubre en la mirada del Fariseo y abruptamente nos saca de la escena, hace intervenir al huésped con una respuesta a la pregunta que nadie ha hecho: “Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte». Aparece un versículo como extrapolado en el texto.  Y nos preguntamos, ¿Qué ha pasado, se ha despertado la conciencia moralista del evangelista y desvía nuestra mirada hacia una explicación eufémica, hablando de la relación directamente proporcional entre el binomio perdón/pecado? ¡De ninguna manera! porque seguidamente Lucas ofrece, a los turbados lectores y espectadores, la posibilidad de adentrarnos en la escena de manera más conscientes. Luces y  cámaras se dirigen a la protagonista principal, «¿Ves a esta mujer?”
Y ahora el paralelismo no se da en el binomio pecado/perdón, sino en la integración ser/hacer o hacer/ser. Un paralelismo de la posibilidad de ser en lo cotidiano, recrear costumbres y normas, y lograr ser amante y servidora del Maestro. El escritor bíblico nos abre a la posibilidad de ir más allá, ser creativa y excesivamente amantes del Maestro. Es la  posibilidad de expresar nuestra responsabilidad en la acogida al otro/a, colocando  todos nuestros sentidos, nuestro frasco de perfume, nuestras manos acariciadoras, nuestra humana experiencia del amar para que el otros experimente ser bienvenido/a al banquete.
La palabra clave está al final. “tu fe te ha salvado”. La fe de esta mujer está íntimamente ligada a sus conocimientos en el arte de amar,  es como si Jesús dijese: ¡Mujer, Tu fe, tu habilidad en el arte de amar, te ha salvado!; ¡Tu capacidad de expresarte en plenitud humana, te ha salvado!; ¡Tu capacidad de ser totalmente mujer, te ha salvado”.
Creo que esta es una clave muy importante para reflexionar este texto. Es la fe a cuerpoentero, en la identificación total, en la intimidad con Jesús de la Historia la que salva a esta mujer..."tu fe te ha salvado", va más allá de afirmaciones doctrinales y de conceptos espirituales. Es nuestra capacidad de conjugar apasionadamente lo que somos, la capacidad de experimentar nuestro eros, nuestro raciocinio, nuestra intuición, nuestra experiencia en el amor, son los excesos en el amar lo que realmente nos salvan.

Comentarios

  1. Si sólo pudiéramos liberarnos para poder amar de esta manera, el amor fluiría solo y nuestra vida sería mejor, pero primero hay que sacar mucha basura de nuestra mente y abrirnos a comprender las cosas desde otras perspectivas.
    gracias por la reflexión, en lo personal a mi me ilumina mucho

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    1. Este texto demuestra que es un Dios tan sercano, que siempre se detiene en la totalidad de la persona, vivo en un Pais donde se hace vivo el doble sentido, donde nos dejamos llevar por esas cosas olvidandonos de amar, de quienes somos y para que estamos. Se puede ser diferentes aunque eso sea un precio alto, donde tengamos que ser criticados, lastimados, incluso no queridos, sabiendo que estamos para servir a esos huspedes que merecen ser atendidos con el exceso de amor verdadero y no imitadores del amor... Con la capacidad de saber que con el amor de mujer, esa Fe de amor es la que salva! Gracias! Un besote!

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