Las mujeres en la iglesia

Desde los ojos de las mujeres
Hay un poema de Bertolt Brecht llamado “preguntas de un obrero” y entre sus estrofas se lee:
¿Quién construyó Tebas,
la de las Siete Puertas?
En los libros figuran
sólo los nombres de reyes.
¿Acaso arrastraron ellos
bloques de piedra?...
El joven Alejandro conquistó la India.
¿El sólo?
César venció a los galos.
¿No llevaba siquiera a un cocinero?…
Con estos versos he querido iniciar mi reflexión, poque creo que las narraciones cotidianas como las épicas, invisibilizan a los verdaderos actores. Así mismo la historia de la iglesia invisibiliza muchos nombres, especialmente el de muchas mujeres. La historia completa de la iglesia, me refiero a aquella que es contada desde las bases y de la óptica de los de abajo, esa historia nos habla de una presencia significativa de las mujeres en la iglesia. Pero solo podemos leerla correctamente si la vemos desde una mirada incluyente, desde los ojos de las mujeres. Desde el movimiento de Jesús Las comunidades paulinas, la época martirial, la época medieval. Desde el concilio Vaticano hasta nuestros días  
De la presencia al acceso y protagonismos siempre al servicio 
En el movimiento de Jesús, que luego dará pautas para conformación del grupo de los convocadas y convocados, la ekklessia, tiene un carácter inclusivo. En ese movimiento tenían cabida todos y todas, y sobre todo los que el sistema socio-religioso, dominado por la ley y el templo, dejaba fuera, los excluía considerándolos «pecadores» asi nos encontramos a publicanos, mujeres, «leprosos”. 
Las mujeres de ese tiempo, no muy diferente al de ahora, viven en una sociedad patriarcal que les niega el derecho a participación en la sinagoga en los mismos espacios que los hombres. 
El anuncio del Reino de Dios que trae Jesús incluye la superación de las estructuras y las relaciones patriarcales que la subordinaban a las mujeres, despersonalizándola al tratarla como un objeto o como un ser menor de edad, valorada tan sólo como madre o esposa, y objeto de derecho solo a través de los hombres, sean estos su padre, esposo o hijo. 
Jesús valora a la mujer, por encima de todo,  la trata como persona, y jamás restringe su misión a la tarea del hogar y a la maternidad. En el movimiento de Jesús se establece una nueva forma de relación y vinculación entre hombre y mujer, ya sea como pareja, o como miembros de una comunidad.  
El Texto de Gál 3,28: «Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre y mujer...», nos indica como se concibe la nueva época , la nueva vida en los seguidores de Jesús, se da una clara ruptura con lo anterior, a la vez que explica las relaciones y comportamientos alternativos que se daban en el interior de estas comunidades. 
Las mujeres aparecen activas, participando mano a mano, al mismo nivel de los hombres, ejerciendo funciones misioneras, de enseñanza, de liderazgo de las comunidades. Aquellas mujeres que, una vez convertidas al cristianismo (Hch 17,4), fundaron y sostuvieron Iglesias en sus casas (37): así Ninfa de Laodicea (Col 4,15); Apia que, junto a Filemón y Arquipo, dirige otra iglesia en Colosas (Flm 1,2); Lidia en Filipos (Hch 16,15). Pablo menciona a Febe, a quien llama «diácono» y «patrona» o «presidente» de la iglesia de Cencreas (Rom 16,15). 
Nos dejan testimonio como el de Felicita y Pepetua, Inés, Cecilia, Águeda entre otras. Dignas mujeres que entregaron con elegancia, propia de su ser mujeres, su vida al sacrificio martirial. 
No fue menor la presencia de las mujeres: Clara de Asís que sobrevive a Francisco unos 23 años anima y sostiene la orden; Hildergarda Von Bigen; Catalina de Siena. Están las que enérgicamente reformaron conventos y aportaron nuevas alternativas a la experiencia espiritual contemplativa como Teresa de Ávila. Y luego, toda la oleada de las fundadoras de congregaciones religiosas al servicio de la educación la obra hospitalaria, la obra misionera, la migración.  
Desde una mirada crítica, podemos afirmar que la iglesia o el convento constituyeron un lugar habitable, un espacio oxigenado donde estas mujeres pudieran realizar al máximo sus capacidades, más allá de la maternidad como un papel impuesto, ser monja o madre, y siempre bajo la mirada tutelar de la jerarquía masculina de la iglesia.  
La historia reciente en América Latina nos habla de una presencia dinámica, incluyendo a las mujeres que han dado su vida defendiendo las causas de la Fe, la vida y la dignidad de las mujeres. Recordamos a Maura Clark y su compañeras martirizadas en El Salvador, a hermana Victoria de la Roca y Menchi mujeres creyentes y con participación activa en nuestras comunidades cristianas, ambas secuestradas y desaparecidas en Guatemala, recordamos a las muchas catequistas que con palabras y ejemplos nos han enseñado a rezar al Dios de la Vida. 
Demos un salto en la historia y miremos estos últimos 50 años, el giro del Concilio Vaticano II, su lectura en América Latina desde Medellín, Puebla y Santo Domingo. A partir de la década de los años sesenta, empiezan a escucharse tímidas voces eclesiales que intenta salir al paso de las justas demandas de las mujeres en el universo cultural de occidente. En el documento del Vaticano II, podemos notar la invisibilización desde el lenguaje. Muy contadas veces aparece la palabra mujer o mujeres, la mayor frecuencia se encuentra en el documento Gaudium et spes
Más allá de las omisiones del lenguaje, el Concilio llama a atender las demandas de participación de la mujer, siempre y cuando estas no vayan en contravía de su vocación fundamental de esposa y madre. Se inician ligeras alusiones a las mujeres bíblicas y al papel que pueden jugar o que han jugado, las mujeres en la Historia de la Salvación. 
Cuando revisamos estos documentos aún constatamos la escasa visibilización que tienen las mujeres. Pero nos encontramos con una de las mejores intuiciones de la iglesia latinoamericana… que podemos llamar la “teología de los rostros”. El documento de Puebla no solamente nos menciona como mujeres, sino que nos ve a la cara, …”los rostros de las doblemente oprimidas mujeres” (Doc. Puebla #31 ss y la nota del #1134)… considero que a nivel de documentos eclesiales este es un hito en nuestro caminar… para la iglesia las mujeres tenemos rostros, ya se nos visibiliza. 
El recorrido desde puebla hasta acá ha sido acelerado. Y desde nuestras ansias de construir espacios habitables, las mujeres en Latinoamérica nos descubrimos como María de Nazareth, llenas de gracia, con un Dios que se pone de nuestro lado. 
La hora del laicado marca también la hora de las mujeres en la iglesia. La encontramos no solo dedicada a colocar las flores y los detalles en el altar, la liturgia, la animación de las comunidades. Fieles servidoras del Evangelio de Jesús, nos despertamos con una nueva conciencia de mujeres y de iglesia. 
Llega la hora de la denuncia profética contra el patriarcado
Constatamos que la violencia intrafamiliar, no solo se da en el círculo doméstico del clásico núcleo de nuestras familias, sino también en la familia eclesial. Nuestras parroquias llenas de mujeres y dirigidas por hombres, sean clérigos o laicos clericalizados, quienes ejercen distintas formas de violencia y exclusión en los espacios de participación y compromisos. Se trata de romper el Silencio en la iglesia. 
La realidad es la mejor maestra, y el gran avance y las conquistas de las mujeres en la sociedad y la cultura han permeado los estamentos de la iglesia. El acceso a la formación profesional en la sociedad abre a las mujeres en La iglesia, también la posibilidad de una presencia cualificada. Los estudios teológicos y catequéticos, la generación de un movimiento bíblico desde las experiencias de las mujeres. La actualización de la moral sexual con nuevas interpretaciones del cuerpo de las mujeres y sus derechos reproductivos. 
Nuestra tarea hoy
1.      Construir la democracia desde una real participación horizontal y del consenso, acceso a espacios de decisión gubernamental con una clara conciencia de mujeres liberadas de las construcciones ideológicas opresivas del patriarcado. (El acceso al poder no como forma de dominación sino de construcción de espacios colectivos)
2.      Aportar a la reflexión teológica, conjugando creativamente el ejercicio intelectual y académico con la experiencia y el sentir de nuestros cuerpos. (No solo una teología académica sino experiencial)
3.      Resignificar o aportar nueva simbología a las celebraciones en nuestras comunidades. (Nuevos paradigmas e imaginarios)
4.      Desde nuestros experiencias corpóreas alimentar nuevas reflexiones que alumbren experiencias espirituales acorde a nuestros seres de mujeres (Nueva espiritualidad)
5.      Insumos para la actualización de la teología moral y de la sexualidad. Nos enfrentamos a grandes retos, el aborto, los anticonceptivos, la trata de personas, la comercialización de nuestros cuerpos. Una nueva teología moral de la persona.
6.      En el campo de lo social nos urge un cambio de no exclusión, donde mi realización está íntimamente ligada la realización plena de las otras y de los otros. (Comunitarismo)

 (Ma. C. Vallecillo  msc. Reflexión compartida en el encuentro de Pastoral Social, Guatemala 18 Febrero 2012)

Comentarios

  1. Bendiciones Madre Conchita, que buen artículo. Es motivante para que muchas mujeres de hoy, sigamos en la lucha de propiciar cambios en nuestros ambientes, en nuestro espacio temporal, aunque nos cueste. Lo cierto es que hay que sembrar y el fruto se dará a su tiempo. Un abrazo.

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  2. Gracias Alma Lilly por sus palabras y comentarios, Gracias a Dios estamos desde ya recogiendo la cosecha que otras sembraron. a cada generación le toca su turno, lo importante es acudir a nuestra cita con la historia.

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